Reflexivo. Isidoro Antih contó detalles de su vida y de la profesión que adora.
"El que va arriba volando depende de la calidad de tu trabajo"
Una de las personalidades más experimentadas en motores de aviones nos comentó sus inicios en la actividad y analizó los pormenores de la actualidad.
Hay un fuerte olor “a taller” cuando se ingresa a Depetris Antih S.A. en Don Torcuato, Tigre. Pasado el mediodía, los empleados comienzan su horario de almuerzo y llega el dueño, Isidoro Antih, para comenzar con la entrevista. Explica que el aroma es a líquido descarbonizante y por media hora se le iluminarán sus ojos celestes: hablará de temas que lo apasionan.
- ¿Cuál fue su primera experiencia en la actividad?
- A los 20 años hacía el ingreso a la carrera de ingeniería. Necesitaba poder pagar mis estudios; a mis padres no les alcanzaba para colaborar. Estaba en una estación de servicio y me surgió la oportunidad de trabajar medio día en Siri y Perotti -hoy es Síper Aviación-, porque uno de los empleados se iba a hacer el curso de piloto comercial. Comencé en la aviación casi sin querer, aunque siempre me gustaron la mecánica y los motores. Tenía conocimientos pero me faltaba práctica; el 35% de mi oficio me lo hice en los 14 años que trabajé ahí.
- ¿Cómo fue su formación académica?
- Me recibí de bachiller, estudié un año ingeniería en la UBA y dos años más de ingeniería aeronáutica en La Plata, que los hice a los tumbos y abandoné. Se me hizo muy larga la carrera y a mí me gustaba más la parte mecánica, de meter las manos en los fierros, que lo teórico, que abundaba.
- ¿Cómo surgió la idea del propio taller?
- Estando en Siri y Perotti tuve la inquietud de hacer mi propio camino, montar mi proyecto. Hubo varios intentos, hasta que a CATA Línea Aérea, una empresa muy grande de San Justo, le faltaban personas en la sección motores de pistón, así que nos pidieron que nos hagamos cargo, con un arreglo económico ventajoso para nosotros. Empezamos cuatro socios nuestra actividad independiente en 1976. Dos se alejaron y me quedé con Derli Arol Depetris. Él era como un hermano mayor para mí, era más que un compañero de trabajo. Lamentablemente en 1990 se enfermó, perdió la fuerza, y falleció cinco años después.
- ¿Existió un auge de la aviación en Argentina?
- La década de 1970 fue la de mayor movimiento para la aviación civil. En un trimestre hicimos 45 motores, nos dieron un premio. Había mucho trabajo. Hasta hace diez años las empresas y el Estado tenían su bimotor. YPF contaba con una flota de diez aviones.
- ¿Qué tipos de aviones se reparan en su taller?
- La mayoría son fumigadores, hay algunos civiles. Los bimotores se hacen ahora en el extranjero, por los precios. La convertibilidad en principio fue fenomenal, pero luego ya no.
“Hay falencias en la educación de los técnicos. Muchos vienen y no saben agarran un destornillador”
- ¿Cómo evalúa la formación de los técnicos en la actualidad?
- Las escuelas en las que estudian son buenas, pero falta la parte taller. Lo que hacen allí es muy elemental, la mayoría lo aprenden practicando en sus trabajos. Muchos de los que vienen no saben ni agarran un destornillador; hay falencias en lo educativo. Habría que volver al sistema antiguo, donde los que estaban por recibirse hacían pasantías. Pero ahora hay que asegurarlos, inscribirlos en la ART, y es complicado. El taller no se enriquece con ellos, sino que los pasantes ganan experiencia. Nosotros, incluso, perdemos.
- ¿Hay errores en la legislación de riesgos?
- No, lo que sucede es que existen dificultades con la jurisdicción de un empleado cuando es ayudante, si es de la escuela o la empresa. A casi todos los nuevos hay que explicarles todo, pero ellos creen que se recibieron y ya son mecánicos. Pueden romper piezas o lastimarse si no saben usar las herramientas. Hay que crear conciencia aeronáutica: el que va arriba volando depende de la calidad de tu trabajo. Se debe certificar todo.
- En función de su doble rol de socio y empleado, ¿qué visión tiene del gremio APTA?
- Es uno de los mejores. Destaco que tiene muy bien cubierta la obra social. Y sugiero ocuparse de los jubilados, incluirlos. Sería muy interesante adecuar un rincón del campo de deportes para hacer un asilo, rodeado de aeronaúticos. Qué mejor que ese ambiente. Se podrían dar charlas y formar a chicos más jóvenes, de paso.
- ¿Cómo considera su relación con el resto de los empleados?
- Uno siempre cree que es buena, pero habría que preguntarles a ellos. Somos pocos e intentamos convivir de manera normal. Me observan como compañero y como superior. Alguien debe organizar.
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Lo pendiente aguarda
Hasta hace pocos meses, Isidoro Antih llegaba tarde a su casa. Luego de terminar su trabajo diario se quedaba tres horas en su oficina para tener momentos libres, que los dedicaba a leer o encargarse de otras tareas. A pesar de ser un enamorado de su familia -compuesta por su mujer, cinco hijas y un nieto- todavía no le puede dedicar el tiempo que quisiera. Por eso, piensa abandonar la profesión muy pronto.
Antih nació el 9 de junio de 1944 en Kred, un pequeño pueblo del noroeste de Eslovenia (Yugoslavia en ese momento), al pie de la montaña y a 60 kilómetros del límite con Italia. Sus padres, contrarios a las ideas comunistas que predominaban en esa tierra, viajaron a Argentina y llegaron para quedarse.
El clic de su vida lo hizo cuando pasó de empleado a empresario, pero hoy cumple las dos funciones. Aunque no puede reconocerse virtudes, se define como constante e impulsivo, cosa que marca como defecto. También dice que siempre intenta ir a fondo en todo, tanto en lo laboral como en lo personal. “Ese afán por alcanzar algo hace que uno vaya dejando en el camino otras cosas, te desgasta y condiciona”.
Además de su pasión por los aviones, lo seduce bastante la historia. Por eso, como habitante desde hace cuatro décadas de General Pacheco, es socio fundador del museo y presidente de la Asociación Histórica y Cultural de la localidad. Y se imagina el futuro: “Cuando me retire, voy a poder escribir o tener un programa de radio y pasear. Volcaré mi conocimiento a otras generaciones”. Sin dudas, lo van a tener que aprovechar.
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Entrada. Revestida como casa común y corriente, adentro guarda la historia de la ciudad.
MUSEO DE GENERAL PACHECO
El trabajo de la ciudad
A pesar de los robos, la voluntad popular pudo más y el Museo de Pacheco reabrió. Una recorrida por la historia de la localidad.
Isidoro Antih se cambia, sube a su camioneta Toyota Hilux 4 x 2 modelo 2000 y encara el corto trayecto que une su taller con el Museo Histórico de General Pacheco. Cambia el chip y se convierte, de un momento para otro, en guía turístico. Le sobra conocimiento sobre su amada localidad.
A medida que recorre con su automóvil las principales calles de la ciudad, Antih cuenta la historia del general Ángel Pacheco, uno de los principales comandantes de la Confederación Argentina durante los mandatos de Juan Manuel de Rosas y abuelo del futuro presidente Marcelo Torcuato de Alvear. Antes de arribar a Pacheco, es obligatorio el paso por el exclusivo country El Talar, que fue la estancia donde permaneció el militar después de su retiro y hasta su muerte en 1869, a los 76 años.
Un imponente avión de 1943 domina la escena. Fue el último que utilizó Aeroposta Argentina.
El museo no es fácil de localizar para los desprevenidos. Ubicado al lado de una sede de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), sólo está abierto al público los sábados de 15 a 17.30, excepto en enero y febrero. Sin embargo, es todo un triunfo luego de haber estado varios años cerrado, principalmente por los robos que sufría. En junio de este año reabrió sus puertas, tras un intento fallido en septiembre de 2010. En el camino a la entrada, un imponente avión de 1943 domina la escena. Fue el último que utilizó Aeroposta Argentina –predecesora de Aerolíneas-, regalo de la Fuerza Aérea que tuvo que ser desarmado y trasladado por partes desde Quilmes.
Reliquia. El avión pertenecía a la Fuerza Aérea Argentina.
En la Sala Aviación General se recrea cómo fue la primera terminal aérea sudamericana. Por su parte, en la Sala General, prevalecen los testimonios de los habitantes indígenas. Pero Monumentos Históricos es la verdadera atracción del lugar: obras artísticas como pinturas y esculturas en la Iglesia Parroquial, junto a muebles de la casa de Pacheco. Mientras, en el salón de la familia del General, descansan elementos que le pertenecieron, junto a la información de su campaña y árbol genealógico.
La recorrida dura poco y llega a su fin. Antih sube a su Hilux apurado por los deberes que le quedan en la jornada y contempla con sus ojos celestes, por última vez, la maravilla que ayudó a recuperar para el orgullo y la jactancia de los vecinos de su querido General Pacheco.
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