martes, 12 de octubre de 2010

Un bar de Buenos Aires

Mientras preparo un artículo sobre la Ley de Medios, sus alcances y sus polémicas, les dejo una nota sobre el café Los Galgos, ubicado en el barrio porteño de San Nicolás, que realicé el 2 de septiembre como parte de un trabajo práctico. Esta nota servirá para abrir una nueva sección, la de crónicas personales.

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“Allí en Lavalle y Callao, donde el ruido y el vértigo se quiebran, donde desnuda su vejez el tiempo, detuvieron los galgos su carrera”. La poesía, de Enrique Santos Discépolo, sirve para retratar a este bar típico de Buenos Aires, que tiene 80 años de historia.

Centro de recuerdos y nostalgia, Los Galgos, ubicado en Lavalle y Callao, es un ícono del barrio de San Nicolás. En diagonal a la entrada se encuentra el pasaje peatonal Enrique Santos Discépolo (ex pasaje Rauch), que une la esquina de Lavalle y Callao con la de Corrientes y Riobamba.

Un asturiano aventurero aficionado a la caza y las carreras de perros convirtió en 1930 a la farmacia que funcionaba en el lugar en bar y almacén, sin intuir que en sus mesas se sentarían figuras de la música nacional y reconocidos políticos.

Compositores como el propio Discépolo, Aníbal Troilo, Julio De Caro, Julio Argentino Jerez y Enrique Cadícamo se reunían en SADAIC, la organización que los agrupaba, y tomaban luego su café en Los Galgos. Los radicales Arturo Frondizi y Oscar Alende eran clientes asiduos del bar, en donde descansaban y debatían después de pasar por el Comité Capital de la UCR, a tres cuadras del lugar.

Seleccionado como café notable de la ciudad el 26 de octubre de 2004, Los Galgos es atendido por sus propios dueños: Horacio, Alberto e Inés Ramos, hijos de José, que adquirió el lugar en 1948 sin modificar absolutamente nada.

Dos estatuas de porcelana de galgos, uno blanco y otro negro, adornan el mostrador. En los vidrios se encuentran pegados recortes de diarios como Clarín, Página 12 y La Nación, en los que se menciona al bar. Las mesas son de fórmica y, sobre las paredes ocres, hay cuadros de gauchos a caballo.

Tanto mantiene la tradición Los Galgos que en un rincón figura un cartel dorado con letras rojas, que avisa irónico: “Por ordenanza municipal, no se aceptan devoluciones de masas y sándwiches”. Alberto explica que era costumbre que los clientes pidieran un café o una gaseosa y se les sirvieran además masas o sándwiches, que nunca consumían. También, en una esquina, se conserva una vieja máquina registradora de precios de la década del ’30, que recién en 1990 tuvo que ser reemplazada por el controlador fiscal.

El bar estuvo abierto a toda hora durante mucho tiempo, pero en la actualidad sólo abre de lunes a viernes de 6 a 20. “El centro a la noche es un dormitorio, antes era todo alegría y diversión”, dice Horacio, para explicar porqué el bar ya no funciona todo el día. En su voz se esconde la melancolía por aquellos buenos viejos tiempos que ya no volverán.

Alberto, por su parte, cuenta de Enrique Santos Discépolo, el más famoso de los clientes de Los Galgos, que era “un hombre introvertido, que se sentaba a leer el diario y no hablaba con nadie”. Si viviera Discépolo, seguramente seguiría siendo cliente y se enorgullecería de que este café auténtico no ha cambiado prácticamente nada desde su época.

1 comentario:

  1. Muy lindo este texto. Queria decirte que el bar cerro. Una pena.

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