Norberto, canoso y de 70 años, se presenta repentinamente para exponer su conocimiento. Es custodio del Mausoleo del General San Martín, que se encuentra en la Catedral Metropolitana, frente a la atenta mirada de dos granaderos. Además de saber en profundidad la historia del Libertador, Norberto es muy católico y se define como “buen cocinero”.
El mausoleo tiene como rasgo distintivo un catafalco de mármol negro belga envuelto en una bandera argentina. El catafalco es un cajón hueco que estaba preparado para recibir el ataúd con los restos de San Martín, pero como el féretro no entró en la caja, fue colocado abajo, en diagonal, a la altura de los ojos de los visitantes. Tres esculturas de mujeres lo rodean: cada una de ellas representa los países que liberó: la mujer del frente representa a la República Argentina, la de la izquierda a Chile y la de la derecha a Perú.
Sobre las paredes están los nombres de las batallas en las que el General participó: San Lorenzo, Chacabuco, Maipú y Lima. Enfrentados, a cada lado del mausoleo, están las urnas con los restos y un busto de los generales Tomás Guido y Juan Gregorio Las Heras.
La llegada de los restos de San Martín, en mayo de 1880, generó un conflicto del gobierno de Nicolás Avellaneda con la Iglesia Católica, dado que el Libertador era masón y, por esa condición, no podía permanecer en un lugar sagrado. Años antes, en 1877, Avellaneda convocó a la sociedad a participar y solventar los gastos del mausoleo. Finalmente, el 1° de octubre de 1880 se habilitó el mausoleo al público.
Norberto, sin exteriorizar su emoción, invita a volver al lugar prontamente. Él seguirá ahí, custodiando al que, como dice un cuadro de homenaje del Regimiento de Granaderos a Caballo por el 150° aniversario de su creación, “dio todo a la Patria y nada le pidió”.
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